19 de noviembre de 2009

LA DESHUMANIZACIÓN DEL ARTE - ORTEGA Y GASSET

La “deshumanización del arte” es un artículo que pertenece al libro “La deshumanización del arte y otros ensayos de estética”, escrito por Ortega y Gasset. Este ensayo se publicó por primera vez en la “Revista de Occidente”, en el año 1925. Tras una serie de ediciones, se realizó una reimpresión por la Revista de Occidente en Alianza Editorial, en Madrid, en el año 1987. Está dividido en distintos apartados.
Comienza con “La impopularidad del arte Moderno.”
Para Ortega y Gasset intentar estudiar el arte desde el punto de vista sociológico es estudiarlo de forma periférica, pues piensa que de esta manera no se puede llegar al fondo de la cuestión. Pero cuando está analizando la diferencia de estilo de la nueva música respecto a la anterior, el autor llega a la conclusión de la
impopularidad del nuevo arte, lo que le lleva a analizar esa manifestación sociológica. Este fenómeno de la hostilidad hacia el arte reciente se circunscribe en torno a los años 20, que es cuando este escritor escribe dicho artículo. Nos hace reparar en como cada momento de la historia homogeniza todas sus manifestaciones artísticas. Van todas ellas por un sendero semejante, en cuanto a fundamentos filosóficos. Normalmente un arte recién llegado tarda un tiempo en ser aceptado por la mayoría de las personas, pero finalmente consigue ser admitido y respetado. En cambio el arte nuevo del que se trata en este artículo, en torno a los años 20, es impopular, y parece que sin remedio. Ortega y Gasset divide a los espectadores entre los que entienden el nuevo arte y los que no lo entienden. Y sostiene que este arte va dirigido a una minoría especialmente dotada. De esta forma tan controvertida expresa la anterior idea: “Se acerca el tiempo en que la sociedad, desde la política al arte, volverá a organizarse, según es debido, en dos órdenes o rangos: el de los hombres egregios y el de los hombres vulgares. Todo malestar de Europa vendrá a desembocar y curarse en esta nueva y salvadora escisión.” Y finaliza esta sección denunciando la falsedad del supuesto de igualdad real entre los hombres.
Continúa con el capítulo llamado “Arte artístico” en el que sostiene que el arte nuevo es un arte del que pueden disfrutar una clase muy especial de hombres. En cambio para la inmensa mayoría de la gente, el goce estético es similar al goce que consigue con el resto de cosas y situaciones de su vida, no es un disfrute espiritual diferente. Pues sentir emociones con las circunstancias humanas que aparecen narradas en la obra de arte es algo totalmente distinto del verdadero goce artístico. Por este camino llega a la conclusión de que el objeto artístico sólo es artístico en la medida en que no es real. Y es que, no se puede simultáneamente buscar el placer en el parecido a la realidad humana contenida en la obra y a la vez ver la obra misma de arte. El autor considera que en el siglo XIX los artistas redujeron al mínimo los elementos puramente estéticos. Crearon un arte para la masa, que fuera popular, un pedazo de la vida real, un arte facilón. La posterior reacción a ese arte de la realidad, fue intentar purificar el arte. Y esto se hará eliminando progresivamente los elementos demasiado humanos. Se llegará a un arte nuevo, artístico, que busca lo universal, lejos de todo capricho y concreción. Pero, como es lógico, todo esto es el resultado de la evolución artística anterior. En el arte la repetición es absurda y sin sentido, es un estancamiento, se necesita la continua evolución. En el arte nuevo se descubren ciertas tendencias generales. Estas tendencias serían a la deshumanización del arte, y más en general a evitar las formas vivas, a eliminar todas las distracciones y hacer que la obra de arte sea solamente obra de arte, a considerar el arte como un juego nada más y quitarle la seriedad de la vida, a utilizar la ironía, a eliminar toda falsedad, lo que lleva a una escrupulosa realización de la obra, y finalmente a la intrascendencia.
Continúa el autor brindándonos “unas gotas de fenomenología”. Ortega y Gasset nos habla de cómo una misma realidad se convierte en muchas realidades cuando es mirada desde distintos puntos de vista. Para explicarnos esto, nos presenta una escena de un moribundo, y los diferentes puntos de vista de los participantes en la escena, a saber, su mujer, el médico, un reportero y un pintor. Nos comenta como los distintos grados de proximidad equivalen a distintos grados de participación sentimental. Y es necesario, para poder ver algo, apartar la realidad de nosotros, para que así deje de formar parte viva de nuestro ser. Pero a pesar de todo esto, de todos los puntos de vista, hay uno fundamental del que se derivan todos los demás y en todos los demás va incluido. Es el de la realidad vivida. En la escala de las realidades corresponde a la realidad vivida, a la realidad humana, una peculiar preeminencia que nos obliga a considerarle como la realidad por excelencia.
Seguidamente Ortega y Gasset nos presenta el siguiente apartado “Comienza la deshumanización del arte”. El arte joven que analiza el autor, se ha dividido en una gran cantidad de direcciones, pero hay un fondo común en todas ellas. Existe en el mundo de los años veinte, el hecho cierto de una nueva sensibilidad estética. Esa sensibilidad representa lo genérico. Y lo más genérico y característico de la nueva producción es la tendencia a deshumanizar el arte. El objetivo fundamental de los artistas anteriores, según el autor, era que los objetos representados en un cuadro fueran lo más parecidos posible a los objetos de la realidad objetiva. En cambio ahora el pintor va contra esa práctica pasiva que es la mimesis. Se propone deformar la realidad, romper su aspecto humano, deshumanizarla. Ahora, pretende crear e inventar actos inéditos. Y es esta nueva realidad inventada, tras haber anulado la espontánea, la que lleva a la comprensión y goce artísticos. Estas son emociones secundarias. Se podría pensar que el camino sería prescindir totalmente de las formas humanas y construir figuras del todo originales. Pero esto es impracticable. Primero porque en lo más abstracto continua existiendo una obstinada evocación de ciertas formas naturales. Segundo porque el arte no es solo inhumano, sino que lo que pretende, con intensidad e intención, es deshumanizar. El autor nos lo explica de esta manera tan clara “No se trata de pintar algo que sea por completo distinto de un hombre, o casa, o montaña, sino de pintar un hombre que se parezca lo menos posible a un hombre”. El placer estético para el artista nuevo surge de su triunfo sobre lo humano. Y aunque la mayoría de la gente no lo crea así, huir de la realidad es lo más difícil del mundo. “Lograr construir algo que no sea copia de lo natural y que, sin embargo, posea alguna substantividad, implica el don más sublime.”
A continuación nos muestra la siguiente propuesta “Invitación a comprender”. En el siglo XIX el arte buscaba reflejar la vida, era la naturaleza vista a través de un temperamento. Pero los jóvenes artistas de la nueva era, defienden lo contrario. La percepción de la realidad vivida y la percepción de la forma artística son incompatibles por requerir una acomodación diferente en nuestro aparato perceptor, hay que optar por una de ellas. Nos comenta, así mismo, como el ser humano se obstina por continuar con sus tradicionales convicciones y como esto es síntoma de vejez. “El horizonte es una línea biológica, un órgano viviente de nuestro ser; mientras gozamos de plenitud el horizonte emigra, se dilata, ondula elástico casi al compás de nuestra respiración. En cambio, cuando el horizonte se fija es que se ha anquilosado y que nosotros ingresamos en la vejez.” Todas las grandes épocas del arte han evitado que la obra tenga en lo humano su centro de gravedad. Pero en cambio, en el siglo XIX, el realismo reina a sus anchas. Se produce un estancamiento en la evolución estética. El realismo invita a no tener estilo, a no buscar más que la correcta ejecución técnica y la semejanza respecto a la vida cotidiana.
Seguidamente trata la siguiente sección “Sigue la deshumanización del arte”. Según Ortega y Gasset, el arte de la nueva generación considera tabú toda intromisión de lo humano en el arte. El veto que impone el nuevo arte va en relación de proporción con la jerarquía del objeto, es decir, reprime más a la figura humana que a un animal. Lo personal y dramático es lo que más se evita. Y esto es porque el hombre suele contagiarse de la pena o alegría que se le presenta, también la que se le presenta en la obra de arte. Pero ese contagio no es de orden espiritual, sino que es una consecuencia mecánica, sin sentido. El arte no puede basarse en un simple contagio psíquico, porque éste es un fenómeno inconsciente, en cambio el arte tiene que ser claro e inteligente. Y todo lo que quiera ser espiritual y no mecánico tendrá que tener un carácter perspicaz, inteligente y motivado. La obra romántica provoca en nosotros una implicación sentimental que nos impide poder contemplarla en su pureza objetiva. La acción de ver necesita una distancia. Cada una de las artes maneja un aparato proyector que aleja las cosas y las transfigura. Cuando falta esa desrealización se produce en nosotros un titubeo fatal, no sabemos si vivir las cosas o contemplarlas. El autor pone el ejemplo de las figuras de cera que producen una desagradable sensación pues observamos su aspecto real pero sabemos que no son reales y esto desagrada a las personas que saben apreciar el arte. Les repugna la confusión de fronteras. La nueva sensibilidad tiene como nota característica un profundo asco por lo humano en el arte. El artista comienza donde el hombre acaba y su destino es el de inventar lo que no existe. Ortega y Gasset lo dice exactamente así: “El poeta aumenta el mundo, añadiendo a lo real, que ya está ahí por sí mismo, un irreal continente.”
Continúa con la sección “El tabú y la metáfora”. El autor destaca la importancia de la metáfora, que nos lleva por mundos imaginarios, facilitándonos la evasión de la realidad. La metáfora nos separa de la vida corriente y nos sumerge en el mundo del arte, de la ficción. La metáfora oculta un objeto enmascarándolo con otro y esto se produce porque el hombre tiende a evitar realidades. El nacimiento de la metáfora está relacionado con el tabú. Hubo una época en la que la prohibición y el miedo regían la vida de los hombres. En estos tiempos había una serie de realidades que el hombre primitivo no podía nombrar, sobre ellas había recaído el tabú. Se designaban con otros nombres, mencionándolas en forma oculta y escondida. En la actualidad la metáfora puede emplearse para los fines más diversos. En la poesía servía para ennoblecer el objeto real, para decorarlo. En la nueva poética, la metáfora se hace sustancia y deja de ser ornamento, y se observa un predominio de la imagen denigrante que, en lugar de ennoblecer y realzar, rebaja y veja a la pobre realidad.
Prosigue su ensayo con el título “Supra e infrarrealismo”. Ortega y Gasset nos comenta que la metáfora es el más radical instrumento de deshumanización, pero no es el único. Otro es el cambio de perspectiva habitual. Para deshumanizar basta con invertir la jerarquía y hacer que aparezcan en primer plano, destacados con aire monumental, los mínimos sucesos de la vida. Esto sería el infrarrealismo. Lo que es común a las distintas maneras de arte nuevo, en apariencia más distantes, es el suprarrealismo de la metáfora e el infrarrealismo. Ejemplo de autores que utilizaron el infrarrealismo son Proust, Ramón Gómez de la Serna, Joyce.
Avanza su argumentación con “la vuelta del revés”. Comienza esta sección con la siguiente reflexión: “Al substantivarse la metáfora se hace, más o menos, protagonista de los destinos poéticos. Esto implica sencillamente que la intención estética ha cambiado de signo, se ha vuelto del revés.” Este cambio de signo del proceso estético, no es exclusivo de la metáfora, sino que se generaliza en todo el arte. Nos relacionamos con las cosas al pensarlas, al formarnos ideas de ellas. Pero entre esa idea que nos formamos y la cosa hay siempre una distancia insalvable. Lo real es siempre superior al concepto que lo define. Creemos que la realidad es lo que pensamos de ella, confundiendo la idea que tenemos por la cosa misma. Caemos en una ingenua idealización de lo real. En cambio, si obviamos la realidad, tomando las ideas según son y las hacemos vivir como tales, habremos deshumanizado, desrealizado éstas. El nuevo estilo renuncia a ser un reflejo de la realidad y así el cuadro se convierte en lo que auténticamente es, una irrealidad. Se pasa de pintar las cosas a pintar las ideas.
Continúa con el apartado “Iconoclasia” donde nos muestra a las artes plásticas del nuevo estilo como asqueadas de las formas vivas o de los seres vivientes. Según el autor, periódicamente la historia presenta accesos de geometrismo plástico. En la prehistoria, por ejemplo, tras el desarrollo de las formas vivas, se pasa a evitarlas, evolucionando hacia signos abstractos que representan figuras humanas. A veces este rechazo a la forma viva se enciende en odio y produce conflictos públicos. Y posiblemente todo esto tiene una raíz en la sensibilidad estética. La iconoclasia una vez y otra surge en la religión y en el arte en el transcurso de la historia.
Sigue con el subtítulo la “Influencia negativa del pasado”. El arte y la ciencia pura son las primeras actividades humanas donde puede entreverse cualquier cambio de la sensibilidad colectiva. Si el hombre modifica su actitud radical ante la vida, comenzará por manifestar el nuevo temperamento en la creación artística y en sus emanaciones ideológicas. No hay que olvidar que el pasado influye siempre sobre el futuro del arte. Esta influencia puede llevar a dos posturas radicalmente distintas: el artista que se siente cómodo con ese pasado, no intenta cambiarlo, sino que lo hereda e intenta perfeccionarlo; el artista que rechaza la tradición, así como lo académico y dominante. En este caso se producirá una obra bastante distinta. El artista se alzará agresivamente contra las normas establecidas. Un nuevo estilo está formado muchas veces por la negación de las formas tradicionales. La deshumanización y desprecio a las formas vivas proviene de esta antipatía a la interpretación tradicional de las realidades. Se desprecia más el arte más cercano, el del siglo XIX. Agredir al arte pasado, tan en general, es revolverse contra el Arte mismo. En cambio se tiene simpatía hacia el arte más lejano en el tiempo y en el espacio, lo prehistórico y el exotismo salvaje. Al arte nuevo le complace de estas obras su ingenuidad, es decir, la ausencia de una tradición que aún no se había formado.
Seguidamente nos habla del “Irónico destino”. El arte nuevo trata de eliminar los elementos demasiado humanos y mantener la materia solamente artística. Curiosamente se produce un fenómeno de índole equívoca: un gran entusiasmo por el arte y un hastío hacia él. Amor y odio a la misma cosa. El arte se retrae sobre sí mismo y esto trae como consecuencia quitarle todo patetismo. La nueva inspiración es siempre cómica. El arte mismo se hace broma. Buscar la ficción como tal ficción es propósito que no puede tenerse sino en un estado de alma jovial. Se va al arte precisamente porque se le reconoce como farsa. El arte nuevo ridiculiza el arte. Demuestra el arte su mágico don en esta burla de sí mismo. Al hacer el ademán de aniquilarse sigue siendo arte, su negación es su conservación y triunfo. Finaliza este apartado Ortega y Gasset con esta frase “Ser artista es no tomar en serio al hombre tan serio que somos cuando no somos artistas.”
Finaliza su ensayo con “La intrascendencia del arte”. Para el hombre de la nueva generación, el arte es una cosa sin trascendencia. El artista ve su arte como una labor intrascendente, le interesa su obra y oficio precisamente porque no tienen importancia grave. Antes el arte era trascendente por dos motivos: lo era por su tema y lo era por sí mismo, como potencia humana que prestaba justificación y dignidad a la especie. Ahora el arte salva al hombre, porque le salva de la seriedad de la vida. La historia se va alternando rítmicamente, dejando que en unas épocas predominen las cualidades masculinas y en otras las femeninas, o bien exaltando unas veces la índole juvenil y otras la de madurez o ancianidad. Considera el autor que se avecina un tiempo de varonía y juventud. Y resume todos los caracteres del arte nuevo en su intrascendencia. El arte se ha hecho distante, secundario y menos grávido. Y al vaciarse de patetismo humano queda sin trascendencia alguna, como solo arte, sin más pretensión.
Como “Conclusión” nos dice que su texto puede tener errores, que no pretende subsanar, pues su propuesta es abrir una puerta para seguir trabajando estos temas. El ha intentado comprender el arte nuevo, extraer su intención, despreocupándose de su realización. Eso no quiere decir que haya obras de arte que merezcan la pena para él. Pero este ensayo lo que pretendía era extraer el trasfondo del nuevo arte. Concluye con la certeza de que es imposible volver hacia atrás en la historia.

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